domingo, 29 de mayo de 2016

La promesa de un planeta solitario


La cosmogénesis gaiana y el origen de la vida extraterrestre de acuerdo con las enseñanzas gnósticas



He traducido esta serie de tres artículos, publicado por los amigos de www.metahistoria.org y que comparto aquí con Uds. Los dos primeros ya habían sido publicados en este blog anteriormente. 


sábado, 21 de mayo de 2016

Las Sidhe

Butterfly tree, de Josephine Wall ( http://www.josephinewall.co.uk/ )
Cuando Sofía se convirtió en Gaia, ella trajo a una mitad de la raza humana con ella en su encarnación terrestre. Las mujeres Gaianas llegaron a llamarse Sidhe en memoria del agudo lamento que resonaba en la tierra durante los largos eones de su gestación en el vientre telúrico.
Sidhe, Celta, mujeres hadas o duendes. Pronunciada “Shii”. Equivalente al sánscrito “stri, mujer, anatómico femenino”.
Como los Ancestros del Tiempo del Sueño en las canciones aborígenes, las mujeres de la tierra primordial emergieron desde el torso incipiente de la geografía Gaiana y le dieron forma a la tierra. Las Diosas necidas de la Roca fueron las formas más arcaicas de las Sidhe, recordadas en palabras raras como Rhea, “que fluye desde la roca”, Lakhamu, “serpiente de tierra” y Louhi, “la bruja mala”. Y por supuesto, Gaia, la madre del planeta. Las Sidhe sólo emergieron en forma independiente cuando el planeta se hizo totalmente permeable, cuando Sofía incorporó totalmente su Luz de alta permeabilidad en los elementos físicos. Su sometimiento como Gaia generó espontáneamente a las Sidhe desde el corte de una plantilla, así como los hongos desde una membrana del micelio.
Las mujeres nativas originales eran producciones orgánicas del Sueño de la Tierra. Ellas eran poderosas soñadoras que podían producir desde sus cuerpos muchas especies animales, pájaros e insectos. En su co-soñar con la Diosa Sofía las primeras mujeres manifestaban elaboradas protuberancias desde el torso de la tierra. Ellas elaboraban palacios de muchos pisos, tan adormados como los de Borobudur y Angkor, refugios en los cuales vivía la colección de animales sagrados de Gaia, dispuestos jerárquicamente. En sí mismas, las mujeres vivían desnudas y a la intemperie, descansando en profundos túmulos que después se conocieron como “montículos de las hadas”. Ellas reproducían asexuadamente las numerosas mutaciones de especies exóticas a su cargo y, en una variante del mismo proceso asexuado, se reproducían a sí mismas.
El linaje madre de los distintos tipos de Sidhe era la raza Kerali. Con el tiempo esta raza llegó a considerarse como una más entre todas, aun cuando es la matriz genética de todas las otras. También llamada la raza Parténica o “virgen”, es el linaje raíz de todas las diosas a quienes la memoria ancestral las asocia con consortes maculinos, los dioses “muertos y resucitados”, Dumuzi, Thammuz, Attis, Adonis y muchos más. Estos dioses moribundos eran hombres de Orión, enamorados de las hijas de Gaia- pero esa es sólo la parte romántica de la historia.
Por eones en el tiempo de la tierra, los hombres que llegarían a unirse con las mujeres Gaianas aún no llegaban al planeta. Ellos estaban ocupados cazando en otros mundos cercanos a Orión.
A partir del linaje Kerali, Gaia produjo varias razas de Sidhe para expresarse a símisma en el nivel humano.
Desde los poros lampiños de Gaia emergió la raza serpiente, las Nagas, mujeres-serpiente dotadas con maravilloos poderes de sanación.
Desde sus poros peludos llegaron las hermosas habitantes del reino de los árboles, las glamorosas ninfas arbóreas, las dríadas. Por eones eran indistinguibles de los árboles en los que vivían: las dríadas cambiaban los árboles como las mujeres cambian su vestuario, pero finalmente hubo híbridos, ninfas que se unieron a una especie en particular, como el laurel, el ciprés y el enebro.
Los fluidos corporales de Gaia dieron origen a la raza de seductoras ninfas acuáticas, las ondinas. Existe una incontable variedad de ellas, desde las sirenas que cantan en las profundidades del océano hasta los fantasmas de forma cambiante que cuidan cascadas, pozos, manantiales, lagos, ríos, lluvia y niebla.
Desde la lava volcánica que proveía su menstruación, Gaia produjo la raza de las dakini, brujas tutelares dotadas con poderes mágicos terribles, quienes blanden dagas llameantes y beben sangre que emana de los cuerpos de los animales desmembrados por ellas.
Las dakinis del fuego, las nagas de la tierra, las dríadas del aire y las ondinas del agua – estas eran las variantes elementales de la raza Kerali. Todas las razas eran originalmente virginales y partenogénicas, y no tenían contrapartes de género masculino. Las Sidhe no sabían qué se estaban perdiendo. Hasta ahora los chamanes meditan sobre la ilusión de la primacía “fee-male” (n.t. juego de palabras):”El primer hombre no era un hombre, era una mujer...”, dice Ino Moxo, con una risa ladina.
Pero la historia completa es cualquier cosa menos divertida.

La antigua enemistad.
La enemistad entre hombre y mujer surgió cuando entidades de tipo masculino de la Nébula de Orión llegaron a la tierra, hasta entonces un paraíso habitado sólo por mujeres salvajes, y cazaron hasta casi la extinción a los animales mágicos de la Diosa Gaia.
Por eones antes de la llegada de los machos Alfa, las Sidhe seguían en sus montículos de hadas a semejanza de vientres, totalmente independientes del acto sexual. A medida que absorbían el enorme flujo de calor del planeta, sus vientres crecieron como domos y las especies animales, pájaros e insectos, emergieron de los refugios subterráneos en una secuencia de protuberancias pulsantes. La partenogénesis Gaiana ocurrió espontáneamente cuando las Sidhe se retiraron a los montículos durante ciertas estaciones, bajo ciertas configuraciones de estrellas. La miríada de especies emergió en hebras plasmáticas con apariencia de globos tubulares articulados extrudiendo desde los ombligos estelares de las mujeres en éxtasis. Cada especie asumió la forma y atributos de la configuración celestial por la cual fue regulada (Estos patrones natales se preservaron más tarde en las correspondencias zodiacales / animales).
Los homnres de Orión no eran nativos del mundo terrestre, pero las mujeres Gaianas crecieron desde la verdadera sustancia del planeta madre. Por incontables eones, las Sidhe habitaron la tierra por sí mismas, ajenas al hecho que constituían una mitad de una especie polarizada en géneros. Ni los Hombres de Orión ni las Sidhe reconocían que eran componentes complementarias del molde de una misma especie, pero sexualmente distintas en su origen, lo que resultó en la causa primaria del enorme dolor y confusión. Sin embargo fue también la ocasión para una larga aventura de amor y transformación. Este es el romance ctónico.
Las entidades con base en Orión llegaron en corrientes plásmicas que trajeron una rara turbulencia a los cielos serenos que cubrían los pabellones animales de domos blancos. Sus cuerpos de tipo masculino se condensaron lentamente desde la nube de magma del trapecio del mundo, pero por eones permanecieron gigantescos en estatura y con habilidades monstruosas. Ellos eran dirigidos por un rugido en sus cabezas (luego sería reproducido como el rugido de un toro), un sonido que los cautivaba en el conjuro de la magia de caza. Sin embargo, la caza no era una simple aventura de emociones fuertes. En primer lugar, no era ni una cruzada mística por la unión con la presa, ni una estúpida codicia por trofeos. Los hombres Orión eran guiados por un impulso primario por buscar indicadores totémicos que les revelarían sus roles en el orden cósmico.
Los hombre Orión estaban primordialmente dotados con diversas habilidades para el acecho. Su intento ciego producía una gama de habilidades de caza, ritos y disfraces.
En su primer encuentro con las Sidhe, los hombres Orión eran canales inconscientes de intento transdimensional, una fuerza tan pura, tan recientemente forjada, que no tenía marcas de identificación, ni firmas auto desarrolladas. Ellos construyeron una identidad por la acumulación de indicadores totémicos, pero permanecieron ignorantes de su identidad cósmica original, su firma genética innata, el Antropos. Acumulando signos totémicos de la forma más mecánica, los machos Alfa no sospechaban que podían encontrar su verdadera contraparte en las Sidhe. Ellos no se daban cuenta que su identidad humana original dependía de la armonización de los géneros. Nosotros tampoco.
Mientras la mitosis Gaiana prevalecía, las Sidhe experimentaban una vinculación sin obstáculos con sus innumerables crías. Las mujeres Gaianas eran feroces protectoras de sus proles. Al principio los grupos de caza de Orión no representaban una amenaza al milagro de la simbiosis Gaiana. La depredación produjo sólo leves variaciones en el incremento o disminución de las especies.

Cuota excedida.
Sin embargo sobre muchos eones el ritmo cambió, el frenesí se profundizó. A medida que los hombres absorbían las marcas totémicas desde la vasta gama de especies Gaianas, ellos también adquirieron mana, una sobrecarga de fuerza vital telúrica. Anclado en la tierra, el mana era un nuevo y fascinante poder, muy diferente a la turbulencia plásmica del mundo nebular de Orión. El exceso, el hartazgo masculino, era su debilidad innata. Ahora se convirtió en la marca de su expresión foránea. A través del exceso de mana, ellos comenzaron a cazar más y más animales, cada vez con mayor frecuencia, más ciega e indiscriminadamente.
Las sidhe observaron este cambio con marcada preocupación. Instintivamente, ellas anhelaban proteger el balance simbiótico del planeta y preservar su rol único como cuna transdimensional de las mutaciones epigenéticas. Desconcertadas por el espectáculo de exceso masculino, sin embargo, fueron pacientes con los intrusos. En un momento crucial, las mujeres Gaianas hicieron una proposición funesta. Ellas ofrecieron un tótem animal para la ternura, una cualidad de la que los hombres visiblemente carecían. Ellas escogieron un conejo de orejas largas, pero el indicador totémico no fue del gusto de los hombres y la oferta fue rechazada. Los machos Alfa no querían convertirse en hombres-conejo. A partir de entonces, las especies se redujeron penosamente, y cayeron fuera del Sueño (es decir, se extinguieron).
Eones más tarde Orión el Cazador llegó a ser visualizado con Lepus la Liebre arrastrándose en sus talones, un recuerdo arcaico de la fallida propuesta.
Debido a problemas de comunicación, las mujeres Gaianas fueron incapaces de mantener la obsesión de caza de los hombres Orión dentro de sus límites. Ellas simplemente no sabían cómo fomentar una buena relación con estas entidades masculinas, quienes les parecían a ellas deidades hinchadas descendidas desde el cielo. Finalmente las sacerdotisas Gaianas responsables por el Sueño Animal quedaron consternadas. Habiendo observado que las entidades de Orión exhibían una peculiar forma de actividad mental basada en patrones numéricos y geométricos, ellas respondieron con una acción complementaria: ellas establecieron una cuota de caza. La proposición fue en gran medida ignorada, como si los cazadores, quienes claramente no podían establecer sus propios límites, se resistieran a aceptar límites de nadie más.
Las sacerdotisas ahora tomaron una extraordinaria medida de control: demandaron el sacrificio de un cazador para devolver una cuota en exceso. El intercambio de la vida de un cazador por las vidas de tantos animales mágicos era un acto equitativo a los ojos de las mujeres Gaianas, pero esto fomentó una semilla de enemistad entre ellas y los hombres de Orión. El clan de las Mujeres de Artemisa, cuyo rol especial era la protección del Sueño Animal, impuso la pena de muerte. Un antiguo mito dice que Artemisa envió al escorpión para que picara a Orión el Cazador, quien murió envenenado, sufriendo la pena máxima debido a que excedió los límites de matanza.
Estos sucesos fueron la semilla de todos los incidentes posteriores entre géneros en la especie humana.

John Lash
Trad. Andres Salone