Butterfly tree, de Josephine Wall ( http://www.josephinewall.co.uk/ ) |
Cuando
Sofía se convirtió en Gaia, ella trajo a una mitad de la raza
humana con ella en su encarnación terrestre. Las mujeres Gaianas
llegaron a llamarse Sidhe en memoria del agudo lamento que resonaba
en la tierra durante los largos eones de su gestación en el vientre
telúrico.
Sidhe,
Celta, mujeres hadas o duendes. Pronunciada “Shii”. Equivalente
al sánscrito “stri, mujer, anatómico femenino”.
Como
los Ancestros del Tiempo del Sueño en las canciones aborígenes, las
mujeres de la tierra primordial emergieron desde el torso incipiente
de la geografía Gaiana y le dieron forma a la tierra. Las Diosas
necidas de la Roca fueron las formas más arcaicas de las Sidhe,
recordadas en palabras raras como Rhea, “que fluye desde la roca”,
Lakhamu, “serpiente de tierra” y Louhi, “la bruja mala”. Y
por supuesto, Gaia, la madre del planeta. Las Sidhe sólo emergieron
en forma independiente cuando el planeta se hizo totalmente
permeable, cuando Sofía incorporó totalmente su Luz de alta
permeabilidad en los elementos físicos. Su sometimiento como Gaia
generó espontáneamente a las Sidhe desde el corte de una plantilla,
así como los hongos desde una membrana del micelio.
Las
mujeres nativas originales eran producciones orgánicas del Sueño de
la Tierra. Ellas eran poderosas soñadoras que podían producir desde
sus cuerpos muchas especies animales, pájaros e insectos. En su
co-soñar con la Diosa Sofía las primeras mujeres manifestaban
elaboradas protuberancias desde el torso de la tierra. Ellas
elaboraban palacios de muchos pisos, tan adormados como los de
Borobudur y Angkor, refugios en los cuales vivía la colección de
animales sagrados de Gaia, dispuestos jerárquicamente. En sí
mismas, las mujeres vivían desnudas y a la intemperie, descansando
en profundos túmulos que después se conocieron como “montículos
de las hadas”. Ellas reproducían asexuadamente las numerosas
mutaciones de especies exóticas a su cargo y, en una variante del
mismo proceso asexuado, se reproducían a sí mismas.
El
linaje madre de los distintos tipos de Sidhe era la raza Kerali. Con
el tiempo esta raza llegó a considerarse como una más entre todas,
aun cuando es la matriz genética de todas las otras. También
llamada la raza Parténica o “virgen”, es el linaje raíz de
todas las diosas a quienes la memoria ancestral las asocia con
consortes maculinos, los dioses “muertos y resucitados”, Dumuzi,
Thammuz, Attis, Adonis y muchos más. Estos dioses moribundos eran
hombres de Orión, enamorados de las hijas de Gaia- pero esa es sólo
la parte romántica de la historia.
Por
eones en el tiempo de la tierra, los hombres que llegarían a unirse
con las mujeres Gaianas aún no llegaban al planeta. Ellos estaban
ocupados cazando en otros mundos cercanos a Orión.
A partir del linaje Kerali, Gaia produjo varias razas de Sidhe para expresarse
a símisma en el nivel humano.
Desde
los poros lampiños de Gaia emergió la raza serpiente, las Nagas,
mujeres-serpiente dotadas con maravilloos poderes de sanación.
Desde
sus poros peludos llegaron las hermosas habitantes del reino de los
árboles, las glamorosas ninfas arbóreas, las dríadas. Por eones
eran indistinguibles de los árboles en los que vivían: las dríadas
cambiaban los árboles como las mujeres cambian su vestuario, pero
finalmente hubo híbridos, ninfas que se unieron a una especie en
particular, como el laurel, el ciprés y el enebro.
Los fluidos corporales de Gaia dieron origen a la raza de seductoras ninfas
acuáticas, las ondinas. Existe una incontable variedad de ellas,
desde las sirenas que cantan en las profundidades del océano hasta
los fantasmas de forma cambiante que cuidan cascadas, pozos,
manantiales, lagos, ríos, lluvia y niebla.
Desde
la lava volcánica que proveía su menstruación, Gaia produjo la
raza de las dakini, brujas tutelares dotadas con poderes mágicos
terribles, quienes blanden dagas llameantes y beben sangre que emana
de los cuerpos de los animales desmembrados por ellas.
Las
dakinis del fuego, las nagas de la tierra, las dríadas del aire y
las ondinas del agua – estas eran las variantes elementales de la
raza Kerali. Todas las razas eran originalmente virginales y
partenogénicas, y no tenían contrapartes de género masculino. Las
Sidhe no sabían qué se estaban perdiendo. Hasta ahora los chamanes
meditan sobre la ilusión de la primacía “fee-male” (n.t. juego
de palabras):”El primer hombre no era un hombre, era una mujer...”,
dice Ino Moxo, con una risa ladina.
Pero
la historia completa es cualquier cosa menos divertida.
La
antigua enemistad.
La
enemistad entre hombre y mujer surgió cuando entidades de tipo
masculino de la Nébula de Orión llegaron a la tierra, hasta
entonces un paraíso habitado sólo por mujeres salvajes, y cazaron
hasta casi la extinción a los animales mágicos de la Diosa Gaia.
Por
eones antes de la llegada de los machos Alfa, las Sidhe seguían en
sus montículos de hadas a semejanza de vientres, totalmente
independientes del acto sexual. A medida que absorbían el enorme
flujo de calor del planeta, sus vientres crecieron como domos y las
especies animales, pájaros e insectos, emergieron de los refugios
subterráneos en una secuencia de protuberancias pulsantes. La
partenogénesis Gaiana ocurrió espontáneamente cuando las Sidhe se
retiraron a los montículos durante ciertas estaciones, bajo ciertas
configuraciones de estrellas. La miríada de especies emergió en
hebras plasmáticas con apariencia de globos tubulares articulados
extrudiendo desde los ombligos estelares de las mujeres en éxtasis.
Cada especie asumió la forma y atributos de la configuración
celestial por la cual fue regulada (Estos patrones natales se
preservaron más tarde en las correspondencias zodiacales /
animales).
Los
homnres de Orión no eran nativos del mundo terrestre, pero las
mujeres Gaianas crecieron desde la verdadera sustancia del planeta
madre. Por incontables eones, las Sidhe habitaron la tierra por sí
mismas, ajenas al hecho que constituían una mitad de una especie
polarizada en géneros. Ni los Hombres de Orión ni las Sidhe
reconocían que eran componentes complementarias del molde de una
misma especie, pero sexualmente distintas en su origen, lo que
resultó en la causa primaria del enorme dolor y confusión. Sin
embargo fue también la ocasión para una larga aventura de amor y
transformación. Este es el romance ctónico.
Las
entidades con base en Orión llegaron en corrientes plásmicas que
trajeron una rara turbulencia a los cielos serenos que cubrían los
pabellones animales de domos blancos. Sus cuerpos de tipo masculino
se condensaron lentamente desde la nube de magma del trapecio del
mundo, pero por eones permanecieron gigantescos en estatura y con
habilidades monstruosas. Ellos eran dirigidos por un rugido en sus
cabezas (luego sería reproducido como el rugido de un toro), un
sonido que los cautivaba en el conjuro de la magia de caza. Sin
embargo, la caza no era una simple aventura de emociones fuertes. En
primer lugar, no era ni una cruzada mística por la unión con la
presa, ni una estúpida codicia por trofeos. Los hombres Orión eran
guiados por un impulso primario por buscar indicadores totémicos que
les revelarían sus roles en el orden cósmico.
Los
hombre Orión estaban primordialmente dotados con diversas
habilidades para el acecho. Su intento ciego producía una gama de
habilidades de caza, ritos y disfraces.
En
su primer encuentro con las Sidhe, los hombres Orión eran canales
inconscientes de intento transdimensional, una fuerza tan pura, tan
recientemente forjada, que no tenía marcas de identificación, ni
firmas auto desarrolladas. Ellos construyeron una identidad por la
acumulación de indicadores totémicos, pero permanecieron ignorantes
de su identidad cósmica original, su firma genética innata, el
Antropos. Acumulando signos totémicos de la forma más mecánica,
los machos Alfa no sospechaban que podían encontrar su verdadera
contraparte en las Sidhe. Ellos no se daban cuenta que su identidad
humana original dependía de la armonización de los géneros.
Nosotros tampoco.
Mientras
la mitosis Gaiana prevalecía, las Sidhe experimentaban una
vinculación sin obstáculos con sus innumerables crías. Las mujeres
Gaianas eran feroces protectoras de sus proles. Al principio los
grupos de caza de Orión no representaban una amenaza al milagro de
la simbiosis Gaiana. La depredación produjo sólo leves variaciones
en el incremento o disminución de las especies.
Cuota
excedida.
Sin
embargo sobre muchos eones el ritmo cambió, el frenesí se
profundizó. A medida que los hombres absorbían las marcas totémicas
desde la vasta gama de especies Gaianas, ellos también adquirieron
mana, una sobrecarga de fuerza vital telúrica. Anclado en la tierra,
el mana era un nuevo y fascinante poder, muy diferente a la
turbulencia plásmica del mundo nebular de Orión. El exceso, el
hartazgo masculino, era su debilidad innata. Ahora se convirtió en
la marca de su expresión foránea. A través del exceso de mana,
ellos comenzaron a cazar más y más animales, cada vez con mayor
frecuencia, más ciega e indiscriminadamente.
Las
sidhe observaron este cambio con marcada preocupación.
Instintivamente, ellas anhelaban proteger el balance simbiótico del
planeta y preservar su rol único como cuna transdimensional de las
mutaciones epigenéticas. Desconcertadas por el espectáculo de
exceso masculino, sin embargo, fueron pacientes con los intrusos. En
un momento crucial, las mujeres Gaianas hicieron una proposición
funesta. Ellas ofrecieron un tótem animal para la ternura, una
cualidad de la que los hombres visiblemente carecían. Ellas
escogieron un conejo de orejas largas, pero el indicador totémico no
fue del gusto de los hombres y la oferta fue rechazada. Los machos
Alfa no querían convertirse en hombres-conejo. A partir de entonces,
las especies se redujeron penosamente, y cayeron fuera del Sueño (es
decir, se extinguieron).
Eones
más tarde Orión el Cazador llegó a ser visualizado con Lepus la
Liebre arrastrándose en sus
talones, un recuerdo arcaico de la fallida propuesta.
Debido
a problemas de comunicación, las mujeres Gaianas fueron incapaces de
mantener la obsesión de caza de los hombres Orión dentro de sus
límites. Ellas simplemente no sabían cómo fomentar una buena
relación con estas entidades masculinas, quienes les parecían a
ellas deidades hinchadas descendidas desde el cielo. Finalmente las
sacerdotisas Gaianas responsables por el Sueño Animal quedaron
consternadas. Habiendo observado que las entidades de Orión exhibían
una peculiar forma de actividad mental basada en patrones numéricos
y geométricos, ellas respondieron con una acción complementaria:
ellas establecieron una cuota de caza. La proposición fue en gran
medida ignorada, como si los cazadores, quienes claramente no podían
establecer sus propios límites, se resistieran a aceptar límites de
nadie más.
Las
sacerdotisas ahora tomaron una extraordinaria medida de control:
demandaron el sacrificio de un cazador para devolver una cuota en
exceso. El intercambio de la vida de un cazador por las vidas de
tantos animales mágicos era un acto equitativo a los ojos de las
mujeres Gaianas, pero esto fomentó una semilla de enemistad entre
ellas y los hombres de Orión. El clan de las Mujeres de Artemisa,
cuyo rol especial era la protección del Sueño Animal, impuso la
pena de muerte. Un antiguo mito dice que Artemisa envió al
escorpión para que picara a Orión el Cazador, quien murió
envenenado, sufriendo la pena máxima debido a que excedió los
límites de matanza.
Estos
sucesos fueron la semilla de todos los incidentes posteriores entre géneros en la especie humana.
John
Lash
Trad. Andres Salone
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